jueves, 19 de septiembre de 2024

Nápoles, el encanto del caos

 

Al oír hablar de Nápoles nos vienen a la mente tres cosas: pizza, Maradona y mafia. Las dos primeras siguen muy presentes en la ciudad del sur de Italia, la tercera, sin negar que siga existiendo, no es visible para el visitante, y ha dejado de provocar el temor que hace años suponía su presencia.


Nápoles es una ciudad a la que se acude con cierto recelo. Su historia, sus calles estrechas, edificios ennegrecidos, los grafitis y pintadas, el tráfico ensordecedor y el griterío de sus gentes provocan el respeto con el que el visitante se enfrenta a ella en un primer momento. 

Pero ese aparente caos se convierte pronto en una sensación que invita a imbuirse en la ciudad, mezclarse con sus gentes y disfrutar de sus calles, su arte y su gastronomía.

Nápoles es una ciudad en constante ebullición. La calle Spaccanapoli divide la ciudad en dos, el casco antiguo, por una parte, y el quartiere spagnolo por otra. Las callejuelas del casco antiguo esconden numerosas iglesias que sorprenden por su profusa decoración y valor artístico. 

Destacan la iglesia de San Francisco de Paula, la iglesia de los santos Filipo y Giacomo, el complejo Santa Clara, la iglesia del Gesú Nuovo, la capilla de San Severo, la capilla de San Genero y el Duomo o catedral napolitana. Estas solo son algunas de las cerca de 500 iglesias que se pueden encontrar en la ciudad.

Maradona es otro de los símbolos de napolitanos por excelencia. El futbolista argentino llegó a Nápoles en 1984 cuando contaba 23 años. Aterrizó en una ciudad pobre y desesperanzada, a la que devolvió el orgullo y la alegría, y posibilitó la consecución de dos ligas de Italia, una copa y una copa de la UEFA.

Sus logros deportivos estuvieron salpicados de escándalos y líos con las drogas, pero la afición napolitana le perdonó todos sus deslices y le convirtió en una leyenda. El mito de Maradona está hoy omnipresente en toda la ciudad, que le recuerda en bares, paredes, restaurantes, balcones y, sobre todo, en el altar que en su memoria se erige en el Qartiere spagnolo y que es visita obligada para todo amante del fútbol, sea o no hincha del ‘Pelusa’.

Además, a Nápoles se va a comer y a disfrutar de su cocina. Sobre todo pizza, pero también pasta y dulces. Es difícil encontrar una pizza mala en la ciudad, pero hay algunos lugares que merecen mayor atención que otros. Algunas de nuestras recomendaciones gastronómicas son las siguientes:

-La Taverna del buongustaio: pequeño restaurante en una callejuela cerca de la Vía Toledo. Local imprescindible para probar los verdaderos platos de pasta napolitana.


-Antica Pizzeria Di Matteo: típica pizzería en el casco antiguo. Se puede pedir para llevar o para comer en el local, que tiene un comedor en el piso superior. Clásicas pizzas napolitanas a muy buen precio, además tiene fritattina, arancini y croché.


                                                 

-Pizzeria Piscopo dal 1959: Pequeño local a la vieja usanza con algunas mesas en la calle casi al final de Scapanapoli. No tiene el nombre que pueden tener otros para las pizzas están buenísimas, la cerveza a buen precio y el personal amable.



-Pizzeria Laezza: Situada en el quartiere spagnolo, parece a primera vista el típico lugar para turistas pero sorprende agradablemente por sus pizzas. Tiene una pequeña terraza pegada a la pared en una de las calles estrechas del barrio.


El tema de los dulces merece una mención aparte. Son muchas las pastelerías que puedes encontrar en Nápoles y algunas ofrecen bocados exquisitos con los que acompañar el café.

-Luciano Mazzone Pasticcerie: Agradable cafetería y pastelería con obrador propio y ambiente de barrio que dispone de una terraza cubierta muy cerca de la Vía Toledo. Todos sus productos están deliciosos y el café es buenísimo. La crema de pistacho con la que rellenan croissants y bollos es una maravilla.


-Pasticceria Poppella: Ubicada junto a una de las entradas de la Galería Umberto I, sus fiocco ni neve son irresistibles. Pequeños bocados rellenos de nata o de pistacho. Imposible comerse solo uno.

-Sfogliatelle Attanasio: Toda una institución junto a la estación Napoli Centrale. De su obrador salen continuamente bandejas de sfogliatelle con distintos rellenos. Las capas del hojaldre crujen y se deshacen en la boca.

Entre pizza y pizza hay multitud de cosas que ver en Nápoles, algunas de ellas imprescindibles. El altar dedicado a Maradona en el quartere spagnolo, calle de los belenes (San Gregorio armenio), El Duomo, plaza del plebiscito, complejo Santa Clara, iglesia del Gesú Nuovo, capilla de San Severo. Queda a la elección del visitante visitar alguna otra de las decenas de iglesias de la ciudad.

En el entorno de la ciudad merece la pena visitar el monte Vesubio y asomarse tanto al imponente cráter del volcán como a las impresionantes vistas de la costa. También la antigua ciudad romana de Pompeya, o en su defecto Ercolano, más pequeña que Pompeya pero igual o mejor conservada que ésta y más fácil de recorrer. 


Desde Nápoles se pueden visitar las islas de su bahía: Ischia, Capri y Prócida. Nosotros nos decantamos por Ischia, la mayor de las tres, y famosa por los balnearios termales y los manantiales naturales. Disfrutamos de un día de relax en el Parque Termal Negombo, de su playa privada y sus 16 piscinas de aguas cálidas.




Más al sur se encuentra la costa amalfitana. Visitamos Sorrento, Amalfi y Positano. 


Los pueblos están conectados por una carretera de vértigo, sinuosa, que serpentea por las escarpadas laderas y ofrece unas vistas espectaculares. Sin embargo, el tráfico rodado se convierte en infernal. Imposible aparcar y en temporada alta casi imposible moverse en transporte público. Una zona reservada a ricos y famosos. 




Si algo podemos rescatar y destacar es el Sendero de los Dioses, una ruta a pie de unos 12 kilómetros que te permite disfrutar de la costa amalfitana desde las alturas sin sufrir el agobio que genera la multitud de turistas. 


La ruta comienza en la localidad de Bomerano. Para llegar hasta allí hay que coger un bus en Amalfi. Los horarios son un poco caóticos y no hay una estación física, así que nosotros elegimos una compañía que ofrecía ida en bus hasta Bomerano y vuelta en ferry desde Positano a Amalfi. 
 

La ruta discurre por senderos y escaleras naturales que recorren la costa Amalfitana desde las alturas. paisajes espectaculares que intercalan el azul del mar y el verde de las montañas. Tras unas tres horas de camino la excursión finaliza en Positano, a donde se llega tras descender unos 1.500 escalones.